Cualquier situación en la que se vio involucrado y expuesto ante la opinión pública debe acompañarse de justificaciones.
Ha de convencerse usted mismo que es un Santo, porque si no está convencido usted no convencerá a nadie.
Debe encontrar razones lógicas que alivien su cargo de conciencia, haciéndolas valederas, tan ciertas que dejen de preocuparlo. Usted no ha hecho mal a nadie, ni ha matado, ni está perturbando a la sociedad. Y en todo caso si algo tomó de más, bien merecido lo tiene. Nadie podrá nunca valorar exactamente su trabajo, menos cuantificar cuánto debe percibir por tamaño esfuerzo, de modo que lo mejor es que usted mismo le asigne un valor.
Es muy complejo además que la sociedad acepte sus razones, de modo que es inútil que trate de justificar ante ella sus apropiaciones. De última usted no tiene la culpa de lo que cobran los jubilados, o si un maestro está desconforme con su sueldo. Son todas cuestiones que lo exceden.
De modo que acepte que si no se asigna usted mismo nadie lo hará. Es imposible que alguien que perciba mil pesos acepte que usted perciba veinte veces más. No tiene solución esta diferencia de percepciones.
Si usted tiene alguna duda al respecto, algún ataque de vergüenza o algo que se le parezca, que lo tenga a mal traer, que no lo deje dormir tranquilo, la primer cosa que puede hacer para que se le pase es salir a caminar una hora por día. Se le ventilará el cerebro y mejoraran sus sentidos.
Si aún así persiste el mal concurra a charlar con algún correligionario, compañero o camarada que lo reubique en lo que es el bien y lo que es el mal.
Si no se convence, si sigue con remordimientos, cambie de rubro. Usted no es para esta profesión.